7 de diciembre de 2010

Lev y Finlandia (II)

16 de junio de 1941

Algo anda mal, puedo verlo en la cara de mis padres. El tío Vasily ha llegado anoche, de madrugada, con noticias que al parecer son bastante preocupantes. A pesar de gastar sus típicas bromas, la verdad es que su semblante está apagado, quizás por el sueño, pero pienso que es por la preocupación de algo en ciernes. En todo caso ni mis padres ni él tratan de mostrarse preocupados frente a los abuelos, lo cual me intriga aun más. Para tratar de escuchar algo, me volqué a la tarea de limpiar los ceniceros y los vasos de vodka que al parecer trataron de animar la deprimente velada, pero no pude conseguir más información. Realmente hay algo extraño en todo esto.

Lo que sí es nuevo es la verdad del tío Vasily. Esta mañana he visto su uniforme colgado en el perchero, con el capote decorado con los emblemas verdes de la NKVD. Ha sido una gran impresión, más aún por la gran diferencia de carácter del tío en relación a lo que uno esperaría de un temido NKVD; la verdad es que no lo imagino vigilando, o incluso, interrogando a los prisioneros enviados a Siberia, que como se cuenta, terminan muchas veces muertos después de tales conversaciones. Siento que las solapas verdes han quebrado algo, que ha sido ocultado con mentiras todos estos años. No puedo sino pensar en que en la desagradable mañana de hoy.

Temprano recibí un mensaje de Lev. Nos veríamos cerca de la Plaza Roja, a eso de las 15:00. Al cruzar la plaza, tañendo ya las campanas de la torre Spasskaya, pude distinguir su silueta a lo lejos, enfundado en su uniforme de aviación, mirando distraído como unos pájaros revoloteaban presurosos por las cúpulas de San Basilio. Lo llamé por su nombre, despacio, para no sobresaltarlo, pero el cuidado fue inútil, y sobresaltado giró, y al verme, esbozó una una seca mueca. Caminamos por Ulitsa ll’inka hasta el parque de Lubyanskiy proyezd, y nos sentamos a ver como el viento mecía las hojas, aunque a decir verdad fue Lev quien lo hizo. Y ahí comenzó su relato, sobre como había sido la  invasión a Polonia, y de como los polacos, muchas veces superados en número, luchaban con coraje en sus vetustos aeroplanos, vendiendo caro su vida y cada palmo de terreno. – Mi bautizo de fuego no fue lo que esperaba – dijo con tristeza, – no sabes lo que es matar a alguien sino en el momento en que lo haces, y en verdad no es agradable. El enemigo no es una maquina, es un hombre, un padre, un hijo, un hermano y esposo, eslabones de una cadena que rompes al disparar –. Prendió un cigarrillo y continuó narrando otros episodios, ya no solo del aire, sino que de la brutalidad de los bombarderos que de tanto en tanto debía escoltar. Dos cigarrillos más tarde me contó sobre la guerra de invierno, o talvisota como la llamaban los finlandeses. Me contó de sus actuaciones en los frentes de Karelia y Rovaniemi, y como había visto caer a varios de sus compañeros, a veces incluso por fuego amigo. – Nos habían dicho: ¡son ustedes los mejores pilotos del mundo! – dijo, con aire ausente. – Pero la verdad es que los fineses supieron responder. Imagínate, los superábamos tres a uno, y a pesar de todo, y de todos los que cayeron, la victoria solo fue relativa. Solo hemos obtenido un pequeño botín, por una guerra que aun no se por que la libramos – dijo, mientras en silencio trataba al parecer de ordenar sus pensamientos. Después agregó como la moral caía rápidamente, y como nuestro invencible ejército era en realidad una suma de errores y fallas. Los soldados lloraban en las trincheras, al no querer asomar la cabeza, ante la amenaza de francotiradores como el Belaya Smert (muerte blanca), y la brutalidad bárbara de los oficiales. – La guerra es algo que te marca, y te afecta –, dijo mientras se ponía de pie. – Debo reportarme en la jefatura. Dicen que me envían a la frontera, para entrenar a nuevos pilotos en tácticas de combate, dado que tengo el honor de no haberme calcinado en mi avión. Te veré luego, y dale mis saludos al komsomol – remató, mientras apuró el paso hacia el subterráneo. Me quedé sentado sin mucho que hacer o decir, solo con un nudo en el pecho, y la tristeza de ver a Lev, el mejor en todo, nuestro héroe, completamente derrotado.

14 de noviembre de 2010

Lev y Finlandia (I)

15 de junio de 1941

Hoy he visto a Lev, un viejo conocido de los pioneros. Cuando yo era aún un niño y comenzaba en los pioneros, él era quizás el miembro más representativo de la organización. Siempre destacaba en todo, especialmente en las excursiones y en los deportes, y más destacó en el Komsomol, por sus lúcidas reflexiones sobre Marx y Lenin. Era, sin lugar a dudas, el prototipo del ciudadano soviético. Por eso a nadie extrañó que siguiese los pasos de su padre en la VVS, quien además se ofreció como voluntario para volar por el bando republicano en España, labor que cumplió diligentemente hasta que su avión cayó envuelto en llamas. Dos años después, en 1938, Lev se unía a la VVS, siguiendo el ejemplo de su padre, y de otro de sus héroes, Anatoly Serov. Desde ese año que no lo veía, físicamente. Todo esto que escribo lo sé por lo que nos cuentan en el Komsomol, especialmente sobre sus proezas en Polonia y Finlandia.

Esta tarde, al vernos por accidente, nos hemos cruzado algunas palabras, aunque me llamó la atención la seriedad de su rostro, que contrastaba con los brillantes botones del uniforme, y más aun destacan sus ojos, que componían más bien una mirada ausente, con un dejo de tristeza, muy distante de aquella imagen que nos habían contado en el Komsomol. Quedamos de juntarnos el próximo miércoles 18, cuando quedara libre de algunas actividades en Kubinka.

01:35 Suena la puerta del apartamento, pero abren antes de levantarme. Escucho unos saludos apagados, y el sonido de unas botas que me parece familiar. Luego de algunos ruidos, silencio nuevamente. Estoy demasiado cansado para averiguar…

13 de noviembre de 2010

Komsomol

10 de junio de 1941

He acudido esta tarde a la jornada semanal del Komsomol. Teníamos una gran responsabilidad ya que nos visitaban los pioneros, aquellos niños que ven en nosotros el ejemplo a seguir, como lo dicen con frecuencia sus dirigentes. Los pequeños llegaron ataviados con sus rojos pañuelos, cantando alegremente, para luego mirar todo con sus ojos, boquiabiertos ante las explicaciones que les dábamos sobre el edificio, las pinturas y fotografías de nuestros actos y excursiones, así como de la visita de delegaciones de otras ciudades.  En sus ojos se podía apreciar la inocencia, así como también el orgullo de estar ahí, ya que sabían que de mayores podrían ser parte de nuestro Komsomol. Pero su mirada también me traslada a pensar en la posibilidad que el conflicto en el resto de Europa nos alcance, y borre con su violenta pluma la inocencia de nuestros niños. De alguna manera creo que la pasada campaña de Polonia y de Finlandia de nuestro ejército no ha sido tan victoriosa como parece ser lo que cuenta el Pravda, ya que entre la gente se escucha hablar ya de lo catastrófico que fue. Pero no queda más que confiar en el Camarada Stalin, o por lo menos es lo que decimos a estos niños.

3 de octubre de 2010

Bismarck!

27 de mayo de 1941

Esta noche hemos escuchado el relato de la BBC sobre la ardua lucha por hundir al Bismarck, la más nueva joya de la Kriegsmarine. Al parecer el combate ha sido arduo, perdiendo los ingleses al Hood y al Prince of Wales, con una gran número de bajas, especialmente en el Hood, en donde habrían muy pocos sobrevivientes. Pero a pesar de esto, existen aires de triunfo en los británicos, ya que sería lo que llaman “una victoria estratégica”. Al parecer un torpedo en los timones habrían dejado inservible al Bismarck, el que luego fue rematado por los buques ingleses. Me imagino como deben ser los combates al interior de un acorazado; humo y calor, fuego, con los oídos sangrando de dolor por las explosiones. Debe ser como estar en un tanque, pero con mas hombres, y mas terrible aun. La BBC habló de que se trató de rescatar a los tripulantes alemanes, pero que se tuvo que abortar por el ataque de un submarino.

02:20 am. No puedo conciliar el sueño. Creo que todo este asunto de la guerra no hace sino sacar lo peor de la humanidad. Ojalá nos mantengamos lejos de esta locura, y que llegue pronto la paz, como es el deseo del camarada Stalin.

23 de septiembre de 2010

Preocupación

Moscú, 18 de mayo de 1941
Esta noche me cuesta conciliar el sueño. Nos hemos acostado tarde, conversando sobre el tema que ya es común al final de cada cena: la guerra y su alarmante progreso. Las ondas de la BBC nos dejan mudos ante los horrores de los bombardeos de Londres, que solo podemos imaginar, ya que la mayor parte de los diarios solo consignan texto en sus noticias. El abuelo Sergo fuma pensativo su pipa, y como todos los días, espera el final del reporte radial para, luego de un profundo suspiro, hablarnos de los horrores de la guerra, que el vivió en carne propia cuando luchaba contra los blancos del Almirante Kolchak y sus cosacos, dirigidos por el sanguinario General Kappel. – La guerra solo trae paz a los que mueren – era su argumento favorito, aunque pensándolo bien, algo de lógica tenía. Luego de su frase, volvía a sumirse en sus profundos silencios, solo interrumpidos por el crepitar del tabaco de su pipa con cada nueva aspiración. Por su parte el tío Vasily, que si bien era solo un guardia, algo sabía de la guerra, nos hablaba del coraje de los pilotos alemanes, ya que debían volar mucho para combatir solo unos minutos en Londres antes de que en sus tanques de gasolina solo quedaran vapores. –Además – agregaba – si los derribaban caerían de inmediato como prisioneros, sin chances de ser rescatados – decía, y luego bebía un pequeño trago de vodka, y luego agregaba – bueno, los pilotos ingleses no lo han hecho mal después de todo – decía, filosófico, para agregar - aunque los nuestros son mejores – sin mucha humildad, mientras terminaba de aplastar los restos de su cigarrillo en el cenicero de latón. Yo, incapaz de opinar mucho ante mi total desconocimiento práctico de la guerra, y más aun cohibido ante la experiencia de mi abuelo y de mi tío, solo atinaba a mirar a mi madre, que se frotaba las manos, y luego se tomaba el rostro, pensativa, para luego mirarme, y sonreír. Me imagino que pensaba que ocurriría si hubiese guerra en Rusia, más aun sabiendo que por mi edad sería de inmediato llamado a filas. Traté de decir algo, para disipar esa miraba triste, pero no supe que decir; suerte que el informativo comenzaba su segunda parte, y hablaba esta vez de la heroica defensa de las fuerzas de la Commonwealth de Tobruk, duramente asediada por el Afrika Korps del General Rommel, señalando a continuación el numero de bajas, que siempre eran menores a las de los alemanes, aunque pensé que si escucháramos radio Berlín, el informativa sería lo mismo, solo cambiando de bando. Ojalá no llegue a nuestra tierra esta locura.

20 de septiembre de 2010

Nubarrones

Moscú, 12 de Mayo de 1941

De verdad que cuesta escribir. Cuando recibí este cuaderno – o diario, como insiste en llamarlo mi madre – pensé en escribir cada día, pero las obligaciones escolares, el club de ajedrez, las charlas vocacionales en la escuela, o los cursos del Komsomol, no dejan tiempo para nada más. Y el tiempo disponible, en verdad, lo pasamos pegados a Radio Moscú, ya que cada día parece agravarse la guerra en Europa. No temo por el país, porque nuestros dirigentes han sabido mantenerse al margen, a partir del pacto que firmó el ministro Molotov, pero hace poco ya estuvimos preocupados por la situación en Finlandia y Polonia, que si bien resultaron en victorias aplastantes, como leíamos en el Pravda, las consecuencias de la guerra nos han tocado de cerca; por ejemplo Vadim, el hijo de la Señora Olga, nuestra vecina del quinto piso, pereció en uno de esos frentes, aunque no recuerdo cual. Era solo un reservista, con solo 18 años cumplidos, y que soñaba seguir el destino de su padre, a quien  no conoció. Una vez recuerdo haber hablado con Vadim, en otros tiempos ya, cuando compartíamos todos los niños de este grupo de apartamentos, y jugábamos a comparar los oficios de los padres. Todos hablamos de los nuestros, hasta que llegó su turno; él no había conocido a su padre, o por lo menos, no lo recordaba ya, sino solo por las ajadas fotografías que su madre conservaba, y que al día siguiente nos mostró, sacándola de la pequeña cajita sobre la cómoda en la que su madre guardaba sus joyas y fotografías. Recuerdo que era un hombre normal, de barba y anteojos, muy parecido al compañero desaparecido de Lenin, Trotsky. Estaba enfundado en un abrigado capote militar, y viendo nuestra curiosidad, nos contó que había peleado con el ejercito rojo en contra de los blancos, y que había perecido después detenido en Siberia, aunque nunca nos aclaró el porqué, aunque ahora pienso que quizás ni él lo sabía con certeza. Pero a pesar de las nebulosas, seguía siendo un héroe de la revolución para él. Pero ambos están muertos ya, y la Señora Olga, con su semblante cada vez más oscuro, tristemente parece que la vida la abandona, y quizás no tarde en reunirse con ellos, en el cielo que mi abuela siempre señala.

El Pravda y el Izvestia cubren las noticias de África, donde el general Rommel parece estar venciendo a los británicos en Tobruk. No puedo imaginar lo duro que debe ser para cualquier soldado pelear en ese calor infernal, tan seco. No conozco el desierto, pero sé como se calientan las máquinas, desde aquella visita a la fábrica de tractores por los organizadores de las escuelas vocacionales. También los británicos deben pasarlo mal en su capital, ya que la Luftwaffe bombardea continuamente Londres, y las muertes de civiles aumentan dramáticamente, como dicen en la trasmisión de la BBC, aunque también tienen el ánimo por las nubes. Son muy valientes. Pero no puedo evitar pensar si bombardearan Moscú, y el daño que harían no solo a las personas, sino que a las cúpulas de las iglesias, o a los edificios históricos. Espero que la guerra no llegue a nuestra tierra.

15 de septiembre de 2010

El inicio de este diario…

Moscú, 05 de Mayo de 1941

Mi décimo octavo cumpleaños. Ha sido una pequeña celebración en casa, con mis padres y hermanos, y por supuesto el tío Vasily, llegado hace dos días desde su puesto como guardián en un regimiento siberiano (aunque nunca habla muchos sobre su trabajo), y que siempre coinciden sus permisos con mi fiesta. A pesar del largo viaje, se las ha arreglado para traernos unas rica pieles de marta que ha entregado a mi madre, y quien las usará para un par de nuevos ushankas, ya que no es mucho más lo que puede hacerse por el pequeño tamaño de las pieles de estos animalitos. Aunque debo decir que me apena sacrificar animales para vestir al hombre, y más aun cuando podemos abrigarnos de otra manera. Bueno, no es la primera vez que pienso esto, aunque ya no voy tan lejos como para decirlo en público, después de la experiencia en la escuela, hace unos meses, en donde hablábamos del poder de nuestro país y las comodidades que hemos adquirido, para lo cual me mostré un firme partidario en que las mentes más brillantes de nuestro país debían buscar la forma de evitar el sufrimiento del hombre, a lo cual se hizo un silencio en la sala, que señor Artyom, nuestro maestro, buscó romper señalando que las necesidades de los hombres son superiores a la de los animales. Quizás estaba en lo cierto, pero como siempre nos hablan de la revolución y del futuro nuevo hombre, no puedo dejar de pensar en las cualidades que podrían tener estos nuevos representantes del género. Pero ante la incomodidad, es mejor no decir más; es como cuando los abuelos nos hablan de la época zarista, casi siempre en susurros, sobre la pasada guerra mundial, en como lucharon, y como todo acabó con la revolución, aunque en sus palabras siempre existe un dejo de nostalgia, no por el fasto de la monarquía, sino por lo que me parece es el consuelo de la fe ortodoxa, hoy proscrita. A pesar de que cuando era aun mas joven, mi abuela Olga me contaba sobre la biblia y rezos, hoy parece rehuir el tema; aun así carga su cadena de plata con una bella cruz que, según me dijo, el propio Patriarca Tijon de Moscú bendijo en 1922, antes de su muerte, y a quien consideraba un santo,- a diferencia de ese Sergei –, el actual Patriarca, - pero que de santo no tiene nada – me decía.

Como siempre, la fiesta fue agradable, y lo más esperado fue el pastel que cada año mi madre prepara con esmero. Luego, como siempre, comenzó la procesión de los regalos. El primero fue de mi padre: una nueva maquina de afeitar, pero de cabezal más amplio, como la que usa cada mañana; quizás me da a entender que soy mayor para él. Mis hermanos me regalan unos pliegos de estampillas, cuyas imágenes recrean tanto una colección de tractores, con paisajes de los Urales, así como una muestra de antiguos grabados del Kremlin de Kazán; será una gran adición a mi colección filatélica. Y para el final dejé el regalo de mi madre, que es donde escribo ahora: un bonito cuaderno de composición, de tapas de tela verde con bordes de un bonito cuero café oscuro. Seguramente lo compró en aquellas librerías de la ulitsa Propovka. Recuerdo su sonrisa cuando vio mi cara de sorpresa al romper el papel oscuro en el que venía envuelto el cuaderno – el diario – me corrigió. Y añadió – cada buen hombre debe ser capaz de llevar una detallada cuenta de sus acciones, sobre lo que dice y hace. Así es más fácil que aprenda de sus errores – me dijo con una natural solemnidad, inusual en ella. Por eso es que esta misma noche he decidido tratar de escribir aquellas cosas que son importantes, más aun en estos convulsos tiempos, que parecen afectar a todo el mundo.